20 de noviembre de 2011

Masajeando miedos ajenos.


Le masajeé su pie cristiano mientras que con el otro me tocaba la polla rítimicamente y me decía "Ay, perdona, pero es que me haces cosquillas y no puedo evitar moverlo", intentando autoconvencerse de que eso no era lo que verdaderamente era.

Mis manos recorrieron su cuerpo de hetero curioso desde la espalda hasta los pies. "Bueno, si te molesta me puedes quitar la toalla", me dijo tan inocentemente como el movimiento de mi mano apartando aquel trozo de trapo que me resguardaba de lo más íntimo de su cuerpo.

Quiso disfrazar aquello como un masaje terapeutico con ciertas variantes para que su conciencia luego no le gritara de camino a su colegio mayor, y yo simplemente le seguí el juego como quien sigue una hormiga para descubrir su puto escondrijo.

"Si me relajo tanto que me duermo avísame, ¿vale?"... Y no sé él, pero su polla no se durmió en ningún momento. Quizá se durmieron sus miedos, sus prejuicios, sus barreras... Quizá los derribé de su piel a golpe de aceite corporal y los hice resbalar muy lejos de allí.

"¿Tienes un cigarro para dejarme?"... Sí, claro que tengo. Llévatelo. Llévatelo y con él llévate tu bucle a cuestas. Quizá se resbale después del masaje, pero lo dudo, irá contigo allá donde quiera que vayas.

Y al final lo único que me quedaron fueron las manos pringosas de morbo y un chorro de su esperma en mi almohada. No sabía a cual de los dos mirar, así que fui yo el que resbalé hacia mi cama, como si yo fuera una mano y mi colchón una espalda, queriendo hundirme y colarme dentro. Muy dentro.

15 de noviembre de 2011

Domingo al vapor.

Lento a veces se destapa aquello que corre presto e invisible por el alma.

Baja empicado haciendo un eslalon lento y pasajero deslizándose por tu desnuda espalda.

Llega al medio de tu pecho y notas como allí se queda cogiéndose las rodillas con los brazosencendiendo
esa maldita llama.

Y, al final, te terminas dando cuenta que una piel sin otra piel es como un invierno cerrado, nevado y sin una puta manta.


5 de noviembre de 2011

De soplidos y zapatos.


Te soplo.

Te soplo y recibes mi aire sin ni siquiera escuchar lo que realmente te quiere/o decir.

No es un huracán de esos que te despeinan y te hacen achinar los ojos mientas pones cara de molestia. Es algo leve, casi susurrante. Una caricia de aire que proviene de mi interior y que se queda en tu exterior, escudo infranqueable repleto de soldados en posición de defensa.

Y me doy cuenta que mis pulmones son inteligentes, así que dejaré de soplar..., que el aire lo necesito yo para respirar profundo y mirar al cielo con cara de circunstancia.

Y me pregunto, ¿por qué cuando metes el pie en una zapatilla sabes si te está bien y cuando conoces a una persona por mucho que intentes meterte en su interior no lo consigues del todo? Con los miles de números que hay por ahí fuera y siempre te queda ancho, te aprieta o, simplemente, no pega con el resto de ti...

Zapatero a tus zapatos... Toshiaki, a por la bombona de oxígeno.

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