Se le cierran los párpados tan léntamente que parece un telón que va bajando y deslizándose poco a poco. Sin embargo, y en el fondo, lo único que quieres es que empiece el segundo acto para que los vuelva a abrir y disfrutar de nuevo del espectáculo de su mirada.
Te das la vuelta buscando al apuntador que le susurra momentos del pasado al oído..., dicen que se llama señor melancolía y que tienes que encontrarlo y ponerle una mordaza en la boca antes de que sea tarde. Eso o noquearle a la primera de cambio.
Y el público espera con las manos tensas para ponerse en pie y dar una gran ovación al final. Lo que no saben es que el final aún está por escribir.
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