26 de agosto de 2010

Jardinería emocional.


Mi hermano me ha lanzado esta tarde varias preguntas como si de un frisbee se tratase. Nunca lo hace..., de hecho nunca lo hacemos. En mi familia los signos de interrogación sobran, son como las espinas de un pescado, se te pueden clavar en cualquier momento en la garganta, así que decidimos que es mejor apartarlas mientras seguimos mirando el plato con cara de idiota.

No he tenido más remedio que recoger ese frisbee con cierta tensión en la espalda y, rápidamente, lo he vuelto a lanzar sin dar muchos detalles, aunque contarle que estoy con un chino creo que es suficiente, ¿no?

Me parece curioso como puedo contar mi vida por fascículos en un blog y no contársela a mi propio hermano. Somos espinas de un mismo rosal. Hacemos sangre a todo aquel que se nos acerca demasiado porque eso nos ha enseñado Papá rosa y Mamá rosal. Somos víctimas de esa plaga llamada "incomunicación" y que, muchas veces, observamos cómo va subiendo por nuestro tallo royendo hasta llegar al interior, sin poder hacer demasiado.

No sé qué nos pasa, pero estamos avocados a ser así hasta marchitarnos lentamente... Yo lucho, pero no por salvar el rosal familiar, sino mi propio rosal sentimental. Creo que el primero no hay insecticida o producto suficientemente fuerte que lo salve. El segundo..., ya veremos.

12 de agosto de 2010

Un robot en la canícula.


Me interesa quedarme callado en el medio de la nada para escuchar lo que me dices y analizar palabra por palabra. Sí, soy así, un robot del análisis cuyos engranajes se abren para que no se escape nada y pueda procesarlo todo hasta cagar, con mi culo de hojalata, una buena conclusión a la que atenerme.

Me interesa estudiar tus circuitos mentales hasta conocer todas y cada una de las interconexiones que pululan por tu interior como intestinos retorcidos. Me convierto en cirujano-robot. Uso el escalpelo de mi mirada para hacer una incisión en tus pupilas, indolora, inapreciable, pero lo suficiente para introducirme y escarbar.

Me interesa bajarte los pantalones y mirar por el agujero de tu uretra. Ver lo que hay para, en un momento determinado, poder bañarme en tu semen y convertirme en un robot-nadador. Competir con tus espermas para ver quién es el más fuerte. Ponerte a prueba..., probarte entero.

Me interesas, pero no sé hasta que punto me convienes. Ahí está la cosa.