23 de diciembre de 2011

Como música sin sonido.


Recuerdo que de pequeño me quedaba embobado viendo a mi tío Julián tocar el piano que tenía en el comedor de su casa. Sin embargo, no eran las notas musicales lo que me hipnotizaba y me dejaba con cara de idiota, sino el sonido que hacían sus uñas puntiagudas al tocar las teclas. Era como si decenas de cuervos se pusieran a picar en el suelo a la misma vez. Un sonido seco que creaba su propia música al margen de la de verdad... Algo así como música fúnebre.

Ayer el sonido de un semáforo me pareció el de un aparato de esos que se conecta a un medio moribundo para saber si vive o muere, si cruza la línea hacia quién sabe qué. Y me ha dado por pensar que es porque la ciudad está a punto de morir, por eso suena así. Y todo el mundo pasa de largo sin hacerle el boca a boca, sin ni siquiera darse cuenta del agonizante estado de lo que nos rodea... Algo así como música en decadencia.

Hoy he escuchado como sus expectativas crujían junto a sus brackets, y me he quedado con cara de tonto, como si escuchara a mi tío Julián tocar desde el ultramundo. Y es que muy a menudo las expectativas rechinan, como si comieras gravilla a dos carrillos. Y a él le resulta extraño mi silencio, mi cautela, mi reserva, pero la vida me ha enseñado que lo que rápido empieza, rápido acaba... Algo así como la música sin sonido.


15 de diciembre de 2011

La culpa fue de Gus.


Me comió la polla en la butaca de atrás de aquel cine y también mientras escuchábamos a la Pantoja de fondo. Fue algo extraño y no precisamente en ese orden ni en el mismo momento, así que va ser que mejor me explique.

Hace tiempo que quedo con la gente como si comiera pipas. Atrás quedaron esos momentos de tensión, nervios e incertidumbre por lo que te ibas o podías encontrar. Ahora es todo más automático, como cuando despegas la etiqueta de cualquier botella y sabes que, seguramente, no se despegue del todo, sino que quedará ese papel blanco pegado que lo afea todo. Pues igual.

Tengo por norma no follar en la primera cita pero, ¿por qué no en la segundo si te cae bien y te da morbo? El caso es que no era la idea que llevaba en la cabeza pero, por si acaso, me puse unos calzonillos monos (contradicciones de la vida). Después de cenar una pizza donde los cuatros quesos era más bien uno y medio, la peli de Gus Van Sant se hizo tan aburrida que acabé desabotonándome los pantalones y bajándomelos a la altura de los testículos (tras unas besos y unas caricias, claro, que no soy tan suelto). Habría estado bien que me hubiera cogido la polla entre sus calientes manos, la hubiera acercado a su boca y dijera: Fin de trayecto. Y entonces la dignidad habría salido de mi uretra y bajado lentamente las escaleras del cine con miedo a tropezarse, sin embargo sólo aproximó su boca a mi prepucio y se lo tragó una y otra vez hasta que la hizo suya, toda entera, resbalando en su paladar como quien baja una montaña escarpada, con cuidado, meticulosidad y ansías por llegar abajo.

Lo siento, Gus Van Sant, pero si hubieras hecho una peli más entretenida estas cosas no me pasarían...