18 de septiembre de 2016

El orgasmo más sincero.


"Me encanta... Es el orgasmo más sincero que alguien ha tenido en mucho tiempo", me dijo después de que explotara dentro de su culo (con protección, por supuesto). Se derrumbó sobre mí mientras aún sentía mi polla palpitar aprisionada en su interior. Le acaricié la espalda de arriba a abajo. Pequeños huracanes de placer salidos de su boca se enroscaron en mi oreja al ritmo de nuestros acelerados pulmones. 

El orgasmo más sincero... ¿Qué la gente no tiene orgasmos sinceros?, pensé. Me reí (porque siempre que me corro me río) como si la vida fuera una broma y me susurrara un chiste al oído. Volví a él; su suave piel vestía un cuerpo sin un gramo de grasa. Las venas se le señalaban visiblemente por los brazos que, de un extremo a otro, le recorrían como conductos de vicio. Las piernas fuertes quizá de huir corriendo después de echar un polvo, el pendiente de su oreja, su mirada escurridiza. El descaro de su juventud y el olor de sus pies inundaron mi habitación hasta que nos fumamos un cigarro y se fue. Entré para abrir las ventanas y vi su colgante encima del zapatero. Se lo había quitado justo al sentarse encima de mí para cabalgarme dándose cuenta de que le molestaba. Era una turmalina negra atada a un cordón.

El orgasmo más sincero... Pues quizá es porque soy así: sincero. A partir de ahora me fijaré en los orgasmos de la gente, en la manera que tienen de correrse y cuando detecte que no son orgasmos sinceros empezaré a sospechar y a buscar las gomas de sus máscaras y los indicios de falsedades o mentiras. 

>Oye, tío, se te ha olvidado el colgante en casa -le escribí un rato más tarde.
>Me acabo de dar cuenta. Otro día voy a recogerlo y me follas de nuevo -me contestó horas después.
>Hecho -tecleé sinceramente.