25 de noviembre de 2016

Arcadas de placer.



Su mirada era suplicante y sumisa. Me miró desde abajo con los ojos rojos y llorosos mientras me agarraba fuerte de las piernas. El azul de su iris se mezclaba lentamente con el deseo de que le asfixiara y de que no parara de embestirle dentro de la boca una y otra vez hasta dejarle sin aire. Mis manos le agarraban férreamente de la nuca mientras, poco a poco, se iba ahogando. Tosió, pero en ningún momento se la sacó de la boca. Allí era yo el que mandaba y no estaba dispuesto a decepcionarle. Volvió a toser y a tener una arcada. Sabía que quería eso y así iba a ser. Sus dientes rozaban la base de mi polla de tal manera que estuve seguro que me iba a romper alguna vena y me iba a provocar una pequeño derrame. Me dio igual. "¡Traga!", le dije apretando fuertemente su nuca. Volvió a tener una arcada mucho más potente y sonora. Aparté su cara, la tenía hinchada y roja. Mi pene estaba lleno de una mucosidad proviniente de la profundidad de su garganta que hacía que resbalara en mi mano. Le abofeteé con ella salpicándole toda la cara."Siéntate encima de mí", le ordené mientras me sentaba en el sofá poniéndome un condón. En décimas de segundo lo tuve dentro. Se sentó con una facilidad increible. El pelo le caía por la cara aún roja del esfuerzo mientras, que, con los pies bien aferrados al sofá, iba moviéndose arriba y abajao rítimicamente. Quise buscar unos calzoncillos para metérselos en la boca, pero no vi ninguno a mano. Sus músculos se tensaron al máximo cuando se sentó bien a fondo. Noté como mi pene hizo tope dentro de su culo justo en el momento en el que abrió la boca y dejó salir un quejido de placer mezclado con dolor que, inmediatamente, salió por la ventana y desapareció. Un documental de La 2 dónde dos bestias se aparean, un programa de TeleCinco donde dos luchadores de wrestling pelean cuerpo a cuerpo..., eso éramos nosotros.

Tras ensartarlo durante un buen rato lo aparté, me quité el condón y me la meneé hasta darle lo que él verdaderamente ansiaba: un buen chorrazo de leche en la cara. Su barba empezó a absorber el semen poco a poco mientras se la volvía a meter en la boca. A los pocos segundos se corrió el también. Tras respirar profundo se puso de pié para coger las toallitas y limpiarse las babas, el semen y la mucosidad de la cara.

-Tengo algo para ti -me dijo dirigiéndose a su habitación.
-¿En serio?

Salió con un libro de Murakami en la mano y me lo tendió con una sonrisa en la boca.

-Como sé que te gusta te lo regalo -me dijo aún desnudo-. Yo no logré crear vínculo con él.
-¡Muchísimas gracias! -le dije dándole un abrazo.

Fue justo en ese momento cuando volvimos a ser personas.

18 de septiembre de 2016

El orgasmo más sincero.


"Me encanta... Es el orgasmo más sincero que alguien ha tenido en mucho tiempo", me dijo después de que explotara dentro de su culo (con protección, por supuesto). Se derrumbó sobre mí mientras aún sentía mi polla palpitar aprisionada en su interior. Le acaricié la espalda de arriba a abajo. Pequeños huracanes de placer salidos de su boca se enroscaron en mi oreja al ritmo de nuestros acelerados pulmones. 

El orgasmo más sincero... ¿Qué la gente no tiene orgasmos sinceros?, pensé. Me reí (porque siempre que me corro me río) como si la vida fuera una broma y me susurrara un chiste al oído. Volví a él; su suave piel vestía un cuerpo sin un gramo de grasa. Las venas se le señalaban visiblemente por los brazos que, de un extremo a otro, le recorrían como conductos de vicio. Las piernas fuertes quizá de huir corriendo después de echar un polvo, el pendiente de su oreja, su mirada escurridiza. El descaro de su juventud y el olor de sus pies inundaron mi habitación hasta que nos fumamos un cigarro y se fue. Entré para abrir las ventanas y vi su colgante encima del zapatero. Se lo había quitado justo al sentarse encima de mí para cabalgarme dándose cuenta de que le molestaba. Era una turmalina negra atada a un cordón.

El orgasmo más sincero... Pues quizá es porque soy así: sincero. A partir de ahora me fijaré en los orgasmos de la gente, en la manera que tienen de correrse y cuando detecte que no son orgasmos sinceros empezaré a sospechar y a buscar las gomas de sus máscaras y los indicios de falsedades o mentiras. 

>Oye, tío, se te ha olvidado el colgante en casa -le escribí un rato más tarde.
>Me acabo de dar cuenta. Otro día voy a recogerlo y me follas de nuevo -me contestó horas después.
>Hecho -tecleé sinceramente.

3 de julio de 2016

Brasil.



Ni gemía ni nada. Era como follarme a una sandía pero sin el "chof, chof" característico. Era tarde, muy tarde. Quizá hasta demasiado tarde como para decirle que se fuera por donde había venido. El sexo no es diplomático, el sexo es visceral, animal, salvaje. En el sexo aparcas la cabeza a un lado, y sólo caes en la cuenta de que es así cuando notas que la otra persona no la ha aparcado. Sólo entonces vuelve a su sitio. Bueno, y también cuando te corres. Al eyacular, la realidad te apalea el cuerpo, el cleanex áspero recorre tu cuerpo junto a la soledad que, centímetro a centímetro, se expande por todos lados. La soledad en forma de semen que se entremezcla entre tus pelos y que cuando se reseca duele porque no se puede quitar fácilmente. La muy puta.

15 de mayo de 2016

Un fungi-break.



Sacar la polla para que le de el aire me hace bien. No me refiero a pasearla por la boca de algún hambientro con ganas de que le desencajen la mandíbula, sino a sacarla para que el hongo que tengo desde hace mes y pico se seque y desaparezca del todo. 

Llevo más de dos meses sin tener contacto con nadie debido a una tremenda bronquitis y, ahora, a un hongo provocado por los antibióticos y la bajada de defensas. Ganas han habido, pero no he podido y aún no puedo hacer nada porque no estoy curado del todo... ¿Ha aparecido este hongo por casualidad o es una señal? A veces pienso que el destino se acercó una noche, me bajó el prepucio y puso ahí el hongo para que parara un poco el carro y me estuviera quietecito una temporada y, ¿sabéis qué?: se lo agradezco.

A veces hay que escuchar cómo el cuerpo te manda mensajes y, aunque haya sido efecto de los antibióticos, yo prefiero pensar que mi glande ha pensado por sí mismo (cosa que hace de normal) y ha optado por ponerse enfermo para darse un respiro ante tanta vorágine que, si lo pienso, no es necesaria.

De entre todos los médicos que me han tocado justo el que me vio el pene cuando lo tenía como un Alien a punto de estallar fue un cubano bastante majo que, semanas después, descubrí que estaba en una de estas apps gays de ligoteo (y que ahora sólo utilizo para cotillear y chatear) con una foto donde vestía un speedo y un par de piercings en los pezones. Quise morir de la vergüenza al pensar que me vio con los pantalones bajados y en pleno ataque fúngico y de nervios, pero no creo que se asustara. Doctor Ebony.

Y, bueno, quizá sea el momento de empezar a escribir cosas que no tienen nada que ver con el sexo, ¿no? Prfff, qué aburrimiento.

4 de abril de 2016

Traga.



Me he comido cuatro Donettes seguidos, que tampoco es tanto si piensas que son de los pequeños, y los cuatro me han sabido a la perenne certeza de que los tíos no merecen la pena. Son las siete de la tarde y acabo de recibir el mensaje de "J" al que, en teoría, había invitado a tomar café. Está en el sofá y se ha quedado durmiendo después de ir a un restaurante japonés, me dice. Eso me pasa por alternar con fumetas pseudo-hippies de pelo largo. Pienso si ponerle el símbolo del dedo corazón extendido en el mensaje, pero caigo en la cuenta que me ha regalado un vaso de miel de pino hecha en Italia porque estoy mal de la garganta y decido no hacerlo. Me como los donuts por no comerme las manillas del reloj y clavármelas en el corazón a golpe de dentellada. Me los como y forman una masa negruzca en mi garganta que se mezcla con las flemas.

Con "J" he quedado cuatro veces y en ninguna de ellas ha habido sexo. Hemos ido a tomar algo y a hablar, justo lo contrario que suelo hacer, pero uno, a veces, tiene que ser persona y beber cerveza en vez de semen. "J" me cae bien, pero hay algo de él que no me termina. Y yo me pregunto, ¿qué tiene que tener una persona para que me termine del todo? La lista es larga, extensa, kilométrica e inamovible. Ese es el problema.

Miro el envase vacío de los Donettes y me entra el ataque de tos. Me doblo, cierro los ojos, me caen dos lagrimones y escupo dentro cuando no puedo más. Las expectativas son como los lapos, pegajosas. Aprovecho el envase, recojo las cacas de mi gato una a una y las pongo dentro. Voy a la basura y, de camino, tecleo: "Qué pena, te has perdido unos Donettes deliciosos", y le doy a enviar mientras pienso en "J" comiéndose la mierda de mi gato.

3 de abril de 2016

Like crazy



Acabo de ver una de estas películas americanas independientes que sólo se diferencian de las comerciales en la banda sonora gafapasta y en que son más pedantes a la hora de hablar del amor, aun así, son las únicas que me permito ver para no contaminar mi mente demasiado. Al principio de la peli, y después de tener la primera cita, el chico le dice a la chica que le lea algo de lo que escribe mientras están en la cama -vestidos- y mirándose fijamente mientras sus pupilas juegan a eclipsarse. Le doy al pause y pienso: "¿Por qué nadie me ha preguntado a mí eso?". Lo sé, la vida no es una peli independiente americana ni nada que se le parezca. Quizá es mi culpa puesto que soy el director de casting más desastroso de la faz de la tierra, y todos sabemos que si los "actores" no son los correctos, el guión poco puede hacer para salvar una historia que ya tiene el "The end" en los títulos del principio.

Si alguien se sienta en mi cama no es para jugar a eclipsar nuestras pupilas, sino para practicar el concierto de las braguetas con la batuta en la mano. Ante esto, ¿cómo puedo pretender que alguien me pida que lea algo? A la gente no le interesa lo que escribo, sólo les importa el trozo de carne que me cuelga entre las piernas y la eterna certeza de que lo van a volver a tener dentro. La gente sólo lee las líneas que se forman en mi prepucio o las de mi frente cuando caigo en la cuenta de que no sé muy bien qué estoy haciendo. No hay esfuerzo, no hay interés..., no hay esperanza.

¿Y si me lees las ganas que tengo de salir de aquí?



2 de marzo de 2016

¿Sumisos? Los cojones.



De un tiempo a esta parte no paro de encontrarme con chicos "aparentemente normales" a los que les gusta que les llame "puta" y que les ahogue con mi polla hasta ponerle los ojos llorosos. Se presentan ante mí con sus bocas en forma de cueva y yo, mirándolos desde arriba, transformo mi rabo en ese el explorador que se dedica a excavar en ellos durante un rato inentando llegar hasta lo más profundo.

Sumisos..., pero se trata de una sumisión "light" que, obviamente, no deja de ser lo que es: gente que les excita recibir órdenes sexuales y obedecer ante todas las cosas. Lo más gracioso es que disfruto haciéndolo. Disfruto ordenándoles que me esperen en casa desnudos y a cuatro patas, con la boca bien abierta y dispuestos a mamar hasta sacarme toda la leche y desparramarla en sus caras de zorras. Disfruto mirándoles a la cara e intentando descifrar por qué les gusta todo aquello. Sin embargo,  me callo y no pregunto. Mi labor no es esa.

Hace poco dejé de tener contacto con uno de esos sumisos porque me di cuenta que no era él el sumiso, sino que lo era yo. ¿Qué pasa cuando te escriben día sí y día también exigiéndote que les des lo que ellos necesitan? Pues que pasas a ser el sumiso dominante que se ve supeditado a cumplir los deseos del otro, y por ahí sí que no paso. Porque ser sumiso no es sólo recibir polla, sino, también, el hecho de sentirte obligado a estar disponible siempre que el otro quiera, que es justo como me sentí. 

Quizá la clave esté en poner las reglas antes que ponerte el condón, porque en el sexo también hay reglas, pero, a veces, es todo tan rápido que se nos pasa por alto establecerlas."Oye, antes de acomodarte a cuatro patas con el ojete preparado prométeme que nunca me escribirás pidiéndome que vaya a tu casa", debería decir de primeras. Quizá lo haga, o quizá sea yo el sumiso que le da el culo a la vida para no encontrar a alguien que, verdaderamente, merezca la pena. Por miedo.