27 de diciembre de 2015

Poema versolibre.




Los afilados dientes de la verdad han hecho un excelente trabajo.
Me toco la cara, palpándola a conciencia, y sólo encuentro jirones.
El antifaz hecho añicos, la máscara completamente devorada.
Quiero darme y me doy cuenta de que, cuando la piel queda expuesta,
hasta el simple aleteo de una mariposa quema.
Y yo, ardo.

Cuando vas a la deriva con sólo el autoengaño como timonel
sabes que, algún día, chocarás y te hundirás.
El iceberg de la realidad.
La roca de las certezas.
El volcán en plena erupción y
la lava que sube por tu garganta cuando, finalmente te das cuenta
que, quizá, vas por el camino incorrecto.

Aún hay tiempo, piensas.
La brújula oxidada y el mar que se expande delante de ti.
Peces muertos boca arriba; son tus momentos malgastados vestidos con escamas.
Echas la red con férrea ilusión de que alguno siga vivo.
La recoges tirando fuerte y notas como un pez aletea levemente.
El boca a boca del último momento.
Lo coges en tus manos -que no se resbale, por favor-,
lo miras a los ojos que, vidriosos y fantasmagóricos, piden que le insufles vida.

No todo está perdido.

13 de diciembre de 2015

Sex im Botanischen Garten



Dos euros y medio costaba la entrada. Tenía una hora para comer y decidí emplearla en los cuartos de baños de aquel Parque Botánico. No era la primera vez que había estado allí, pero sí la primera que había quedado con alguien para que me hiciera una mamada en los wc."Dos euros y medio -pensé-. Razonable".

Era alemán, medía metro noventa, tenía el pelo rubio y largo que, según había visto en la foto, recogía en una coleta dejando caer tímidamente un mechón sobre la cara. Llevaba un piercing en el labio; una especie de manchurrón negro en medio de aquella cara ultra blanca. "Estoy dentro, entra", le dije por el móvil. Recogí un trozo de papel que estaba tirado por el suelo, tenía que adecentar aquello, como si tirando el papel a la taza fuera a ser un poco menos sórdido.

Se abrió la puerta y entró. Efectivamente era muy alto, casi me tenía que poner de puntillas para poder colgarme del piercing de su labio. El problema se acabó cuando se puso de rodillas y me bajó la bragueta. No sé si en Alemania están muy acostumbrados a comer salchichas frankfurt, pero aquel chico no tenía nigún problema en tragarse toda mi polla hasta la base. Mamaba salvaje y furiosamente. Era una especie de pelea cuerpo a cuerpo entre su boca y mi pene, todo con el fin de ver quien era el vencedor. Sus habilidades mamatorias eran correspondidas por los empellones de mis caderas. Aquello no era sexo oral; era una guerra oral.

Después de un par de pausas al oír entrar alguien en los baños, vino una tercera. De prontó miré hacia abajo y vi dos moratones en la base de mi polla del tamaño de una moneda de cinco céntimos. "Esto no lo tenía antes", le dije señalando a los moratones. En un principio me asusté por el color purpúreo de aquellas marcas, pensaba que se me iba a caer a trozos, pero no..., pude continuar hasta que me corrí un rato después. "Lo siento", dijo él mientras salimos de los baños. "No pasa nada", contesté mientras veía como un enorme gato se acercaba a nosotros. El alemán se agachó una vez más y lo cogió en brazos. "Creo que está embarazada", dije. El gato se acurrucó en su brazo y se acopló perfectamente. Me quedaban aún quince minutos para entrar a trabajar, así que decidimos dar un paseo por el jardín botánico. La visión de aquel chico rubio con la gata embarazada ronroneando en su brazo mientras caminaba y me explicaba qué hacía en España me enterneció sobremanera. Al acabar de pasear me pidió el móvil. Se lo di. Al fin y al cabo nadie me suele hacer moratones en la polla de esa manera. Y sólo por dos euros y medio.