15 de marzo de 2015

Pelusas de deseo.



Follo con desconocidos para no darme cuenta de que, al fin y al cabo, no hay nadie hecho para mí. Les como el culo por no mirarles a la cara. Prefiero ver la dilatación de un fracaso que nunca será cometido que unas pupilas poniendo de manifiesto lo alejadas que están de las mías.

El sexo pierde sentido si lo practicas mucho con gente que no te importa y pierde interés cuando lo practicas siempre con la misma persona. El sexo nos domina. El deseo se convierte muchas veces en el guionista de tu vida haciendo que aprezcan un montón de actores secundarios que pasan sin pena ni gloria por los capitulos de tus días. Está, por ejemplo, el estudiante de bellas artes que gime como si le estuvieras metendo un palillo de algodón por la oreja, o el uruguayo que tiene un programa de radio sobre ovnis y sabe usar el péndulo, pero no precisamente el que tiene entre las piernas. Está el chico de la foto modosita con el que habías dejado de hablar meses atrás porque creías que buscaba novio a toda costa y resulta que lo que le mola es el cerdeo lefero y mirarse en el espejo mientras se toca los pectorales de gimnasio. O el estudiante de música gordito que no para de hacer preguntas y que quiere que le escupas en la boca, y yo le hago caso, le escupo, pero para que deje de hablar de una puta vez. Y, siempre, en todas las ocasiones, está el deseo en forma de pelusa debajo de la cama. Por más que barro o friego nunca desaparece..., todo lo contrario, se me enreda en los cordones de los zapatos y va conmigo allá donde yo vaya.

Y yo me pregunto, ¿cuándo caminaré libre de deseo y descalzo?