1 de agosto de 2011

El bufido de la suerte.


La semana pasada se me rompió el frigorífico, esta ha sido la televisión, ayer casi me atropella una moto al cruzar la calle. Ese mismo día una señora que no conocía de nada me miró por mi barrio y me dijo: "Ay, hijo, espero que tengas más suerte que yo...".

No sé si se estaba riendo de mí o quizá leía mi aura, pero el caso es que me entró un mal rollo en el cuerpo como hacía mucho tiempo. No creo en el mal fario, la mala suerte, el mal de ojo ni la sugestión, sólo creo en lo que veo..., y lo que veo es que últimamente todo se tuerce como la curva de un excalestrix.

Ayer vino mi compañera de piso y me contó lo bonito que fue la historia de dos chicos gays que se conocieron en su campo de trabajo (ella es la coordinadora). Vi las fotos y me parecieron ideales, igual que su historia de amor de 15 días (quién sabe si la continuarán en la distancia). Y me dio envidia, y me recordó la mala suerte que tengo en encontrar historias de ese tipo, que te dejan buen sabor de boca y no sólo sabor a semen o a cuerpo sudado.

Y caigo en la cuenta de que la suerte es como un gato... No siempre puedes acariciarla cuando quieres, sino cuando ella se deja.

Mi suerte debe ser un gato muy arisco, de esos que bufan y se les eriza el pelo cuando te ven. Afortunadamente yo de pequeño domestiqué muchos gatos así..., y no sé si esta vez podré. No sé cómo domesticar a la suerte para que, de vez en cuando, ronronee y se restriegue por mi pierna con su suave pelo. No quiero que coma d emi mano..., sólo que no huya de mí.

Lo prometo.