29 de octubre de 2017

De fantasmas y zombies sentimentales.



Después de que, a través de un amigo, un fantasma del pasado al que daba por muerto, volviera a aparecer en mi vida, me he dado cuenta de que hace muchos años que ni me remotamente enamoro.

En estos últimos meses han pasado varias personas por mi vida, pero como si pasara una señora paseando a un caniche. Igual.

M. es argetino. Dieciséis años de psicoterapia (y otros dieciséis que le faltan), arquitecto reformado a masajista, sibarita, neurótico, contradictorio y con un ex en común que descubrimos en medio de una conversación. Un ex que, según él, se medicaba porque tenía una patología psicológica diagnósticada y, además, tenía el VIH e iba follando por ahí sin condón. Si esto fuera verdad yo podría haber sido una de sus "víctimas". Yo podría haber sido perfectamente infectado por esa persona que, afortunadamente, pasó como una exalación por mi vida cuatro años antes de conocer a M. Después de múltiples conversaciones con M., y de dar más vueltas que una noria, lo mandé a tomar por culo. La concha de su madre...

J. es manchego y pelirrojo. Nueve años con un único chico: su primer novio. J. corre maratones, hace dieta, es estricto con sus horarios e intenta controlarlo todo hasta límites que ni el mismo se da cuenta. El día que nos conocimos, media hora antes, me preguntó si, al saludar, me daba la mano o dos besos. Cero espacio para la espontaneidad que, en su caso, se desvanece a cada paso que da cuando entrena los fines de semana. J. quiere invitarme a su casa a cenar y, luego, dormir conmigo. Lo que no sabe es que para mí dormir es algo más íntimo que, por ejemplo, comerle el culo a alguien. En el fondo no quiero dormir con él porque sé que no es el adecuado. Comerle el culo sí. ¿Por qué no?

M. estudió bellas artes, tiene mi edad, trabaja como captador en una ONG y es aficionado a la escritura. M. hizo un curso de doblaje de documentales. Su voz es profunda y cantarina. El día que lo conocí tenía un esguince en el tobillo y una baja de un mes. Cigarro tras otro me confesó que fumaba maría, bebía demasiado y comía comida basura mientras pasaba las horas en el sofá con la pierna en alto. Días después, el amigo que nos presentó me dijo que había sido ingresado por un trombo en el pulmón. Si una persona no se cuida mínimamente por fuera, ¿puede cuidarse por dentro? Dejadme que lo dude.

¿Por qué los fantasmas del pasado, aún siendo transparentes, pesan tanto?