28 de enero de 2009

¿Qué hay, vida?


No es bueno dejarse mecer demasiado por los brazos de la vida porque corres el riesgo de quedarte dormido en cualquier momento.

A veces me tomo un té con ella y mientras nos fumamos un peta me cuenta que siente ser así de contradictoria, que le jode que todos tengamos un principio y un final y ella, sin embargo, no tiene nada de eso. A ella le toca permanecer aquí porque otros la necesitan.

La vida se muerde las uñas, es nerviosa y mira hacia abajo por verguenza a que le recrimines por qué te trata de esa manera. Ella no tiene la culpa, está demasiado ocupada y, en ocasiones, te descuida..., lo reconoce. Lo reconoce y a mí eso me dice mucho, así que le pongo un dedo en la boca y le digo que no importa, que nos viene bien caminar solos de vez en cuando. Entonces es cuando se sonroja y deja escapar una tímida sonrisa acompañada de un suspiro tembloroso.

La vida también llora, lo he visto con mis propios ojos y no hay cosa que más me afecte que ver a alguien en esa tesitura. Así que despliego mis brazos y la rodeo lentamente mientras ella no se da cuenta de que abro la boca para dejarla entrar de nuevo dentro de mí.

La próxima vez me lo pensaré dos veces antes de bostezar por lo anodino que es todo lo que me rodea ya que no me da la gana que se escape de nuevo.

Bostezaré los minutos, eructaré los segundos..., pero siempre, siempre con la boca cerrada.


22 de enero de 2009

Otro mundo. Otro lugar.


Creo que soy demasiado idealista, demasiado soñador. Creo que tengo la idea del amor romántico insertada en las venas y es obvio que ya no existe o, como mínimo, está en peligro de extinción. Creo que necesito una transfusión de realidad urgente. Realidad pura y dura que se inserte bajo mi piel y la haga de elefante, indesgarrable, indescrifrable, impermeable y, a la vez, me diga como actuar en este mundo que se nutre de placeres instantáneos que, para mí, sólo son sucedáneos que saben a plástico.

Y como dice Antony en una de las canciones de su nuevo disco "I need another place. I need another world". Y así me dejo llevar a otro mundo... Actualmente es la única manera que encuentro de hacerlo mientras me tiembla la barbilla, las pupilas y la caseta de las ilusiones.

Momentos con sabor a plástico, ¿quién los quiere?, yo no..., prefiero el sabor de mis lágrimas de rabia quemándome la piel. Prefiero seguir soñando sueños con algo más de sabor, aunque sea en la parte derecha de mi indeseable gran cama y continuar sin poder tocarlos. Prefiero asirme a mis convicciones y ser así de gilipollas. De verdad que lo prefiero, pero lo mejor de todo es que no sé por qué. No tengo ni idea ya que todo sería más fácil si decidiera saborear esos momentos plastificados.., mucho más fácil que buscar otro mundo, ese mundo que no existe ni está inventado. Ese mundo que cabe en la palma de una mano y que mucha gente se empeña en aplastarlo contra sí mismo sin ni siquiera darse cuenta ni sentir nada... Ese mundo... Ese.


19 de enero de 2009

Psoriasis neuronal.


No sé por qué soy tan reacio a quedar con gente nueva, pero me estoy dando cuenta que lo mío va más allá.

Hace poco quedé con un chico y, bueno, todo fue bastante espontáneo y natural..., eso sí, yo nunca diría en la primera "cita" que tengo psoriasis por todo el cuerpo, pero él lo dijo y se quedó tan pancho. El morbo brilló por su ausencia, no sólo por sus problemas de piel, que ya me imaginaba yo pelándole la espalda y haciéndome un kebab con sus pieles sobrantes. El caso es que no era mi tipo de chico por muchas razones, no sólo cutáneas.

Ahora en Valencia podría tener dos posibles citas interesantes, pero aquí estoy, sin decidirme a nada, totalmente reacio y dudoso a quedar a algo tan estúpido como tomar un café o ir al cine... Puede que sea porque he perdido la práctica en este tipo de menesteres y me siento algo inseguro, quizá es porque realmente no sé cual es mi objetivo o porque, en el fondo, no me apetece aguantar la psoriasis mental de nadie.

El caso es que, incluso antes de conocerlos, ya les empiezo a sacar defectos y poner pegas por todos lados. Que si es más corto que las mangas de un chaleco, que si carece de sentido del humor superficial (que complementa al irónico y, oiga, también es sano), que si es cerruno de mente y demasiado abierto de piernas, que si se parece a Zac Efron con sobredosis de cortisona o que si escribe de corrillo, sin puntos ni comas, como ahogándose... Y me preocupa que lo mío sea un mecanismo de defensa digno de una tercera guerra mental.

Total, que puede que esta semana quede con alguno de ellos y, entonces, intentaré descubrir si tiene dermatitis, prurito, eritemas, urticaria, melanomas o lepra..., pero no en la piel, sino en el corazón. A ver qué tal...


5 de enero de 2009

Las tripas del alma.


Hace unos días comencé el año en un pueblo perdido de Cuenca rodeado básicamente de la nada, un par de amigas y los familiares de una de ellas.

Todo fue extraño y atípico, pero lo agradecí. La familia con la que conviví era bastante facha y se pasaron toda la cena de nochevieja gritando a viva voz "¡Viva España!" mientras levantaban el brazo en alto. La abuela, mirándome con sus ojos acuosos y su espalda doblada, me decía que quien manda es el de arriba y que toda esta crisis que estamos viviendo es porque él nos está castigando, a lo que yo asentía docilmente cual espectador de una obra teatral de hace 40 años, entre asombrado, abochornado y divertido.

Dormí en una habitación de techos altos con fotos de Jesucristo y rosarios en las paredes, todo ello adornado con una serie de ladridos y aullidos de los perros de caza que vivían detrás de la casa y que hicieron que no descansara demasiado bien, la verdad.

Comí más que en todas las Navidades, pero aún así, cuando llegaba a mi habitación notaba (y aún noto) un vacío negro dentro de mí. Un vacío en el estómago que, por otra parte, no me apetece que llene ni amueble nadie. Un vacío caliente y frío a la vez, como cuando te echas spray Reflex en algún músculo dolorido, pues igual. Es esa sensación.

Y llego a la conclusicón que, aún habiendo comido más que nunca, las tripas del alma me siguen rugiendo estrepitosamente. Y creo que prefiero escuchar los galgos de Cuenca aullar al lado de la ventana de mi habitación, al menos ellos se callan pasado un rato. Las otras no... Las otras no cierran la puta boca nunca.