27 de octubre de 2008

Destellos falsos.


Uno a veces se deslumbra cuando encuentra a alguien que es como un rayito de luz de esos puros y genuinos que notas que destaca entre tanto láser artificial y luz fluorescente que puebla la mayoría de nuestros días.

Uno a veces debería tener a mano unas gafas de sol para que no pase nada de eso, y es que he llegado a la conclusión de que, en la mayoría de las ocasiones, todo es un efecto óptico obra de esa optometrista tan hijadeperra llamada soledad. Sí, esa que maneja las percepciones a su antojo.

Y me gustaría graparme los ojos y andar a tientas porque creo que el tacto no engaña o, al menos, lo justo. Y, tal vez, poder tener una lupa que se ajuste a la realidad y que no maximice las cosas ni las haga más grande de lo que realmente son, ya que está visto que la magnificación "granhermana" de mis cuatro paredes también me afecta.

No sé, hay veces que parece que no he aprendido nada a lo largo de todos estos años. Y me daría de ostias por ello, y me diría a mi mismo "¡Ya te lo dije, tontolnabo!", y miraría hacia abajo, avengonzado, buscando un hueco en el suelo para meterme dentro y echar raíces en el país de "No volveré a tropezar otra vez con la misma piedra", a ver si así...


22 de octubre de 2008

El tablero de ajedrez de mi vida.


No sé por qué pero siempre me muevo saltando del blanco al negro dejando bajo mis pies los múltiples tonos grises que pueden tener las cosas. Es como un deporte olímpico para mí, pero no puedo evitarlo. Es como vivir en un sempiterno tablero de ajedrez, que, obviamente, tampoco puedo evitar.

E. dice que soy demasiado radical y tiene toda la razón del mundo, pero para mí sólo existe el "sí" o el "no", el "estar" o el "no estar". Me gusta saber lo que hay y lo que no hay, o una cosa o la otra, pero no la del medio que no es ni chicha ni limoná. Esas medias tintas me hacen sentir que pierdo el tiempo y, a causa de eso, me agobio porque quiero saber las cosas antes de tiempo y colocarlas en la casilla del blanco o del negro y, así, quedarme tranquilo.

Yo quisiera poder observar las diferentes tonalidades que tienen los acontecimientos, los sentimientos y las emociones. Yo quisiera controlar todo lo que me pasa por dentro y, a la misma vez, no ser un puto obsesivo compulsivo emocional que tiene que ponerle nombre a todo para saber a lo que se enfrenta.

Voy por la vida con la jodida máquina esa de ponerle etiquetas a las cosas y juro que hay veces que me dan ganas de escribir "Imbécil" y pegármela en la frente... Y lo peor de todo es que estoy seguro que las letras estarían escritas en blanco o en negro, nunca en gris.

Hay que joderse.


12 de octubre de 2008

Pasan...


En estos días la coraza que yo mismo me he ido zurciendo sobre la piel para no dejar pasar nada dentro tiene poros minúsculos que dejan tamizar, poco a poco, resquicios de sensaciones ya olvidadas.

En estos días las gotas de lluvia con forma de enormes ojos marrones amenzan mi paz interior. Intento usar las pestañas de paragüas..., pero están lejos. No puedo.

En estos días la cabeza me hierve, el corazón se me fríe, las ideas se cuecen y el tiempo se me está quemando.

Ya sé que lo mío no es ser Arguiñano. Lo sé.

4 de octubre de 2008

If you want me...

Me he sorprendido a mí mismo de pie, rozándome el pelo con el cordón del tendedero del balcón mientras fumaba y miraba los ladrillos del edificio de enfrente escuchando serenamente a Mirketa Irglova.

Y simplemente he deseado que fuera una mano de carne y hueso la que, en realidad, lo estuviese haciendo. Que los dedos se colaran dentro de mí para hacerme cosquillas. Que, con buena ortografía, fueran describiendo olas rizadas en mi cabeza y, de esa manera, una marejada de cariño me salpicara la coronilla. Notar lentamente como un remolino de emoción se enreda en mi remolino de nacimiento. Y, finalmente, ahogarme entre los dedos y agarrarme a ellos como si fuesen salvavidas.

Y, en vez de eso, el alma se me salió por la boquilla y se diluyó en el aire frío de la noche. Como el humo. Como la melodía de la canción. Como yo mismo.


2 de octubre de 2008

Una para la sala C.


Y cuando miras hacia atrás parece que todo pasó hace años y, en realidad, fue hace escasos meses. Me refiero a él. Me refiero a mí. Me refiero a cuando éramos un nosotros.

Es curioso, me vienen imágenes en blanco y negro y con gusanillo, como si todo hubiera sido una película antiquísima que en vez de hora y pico hubiera durado 6 años. Una tragicomedia francesa que fracasó en taquilla y que fue masacrada sin piedad por la crítica.

Y entonces paras de comer palomitas rancias y te das cuenta que estás solo en el cine, que los títulos de crédito ya han acabado hace mucho, que sale un olor bastante desagradable del cuarto de baño y que tus pies se dirigen hacia la salida no sin antes buscar la linterna del acomodador para que todo resulte un poco más sencillo.

Y es que son solo 35 milímetros lo que separa el amor del odio, por eso a veces se confunden. Malditos.

Y te llevas el Oscar de las decepciones a casa, lo pones debajo de la cama para que se haga un cómodo refugio de telarañas y, finalmente, cierras los ojos para intentar leer los subtítulos de tus propios sueños... A ver si, al menos, eso te sirve de algo.