27 de diciembre de 2009

Relaciones Sudoku.


Soy un hombre Sudoku, lo sé. Y no, no me refiero a que sea complicado de descifrar (que también), sino más bien a que soy algo parecido a un pasatiempos para una persona que, intuyo, sigue medio colgado de su ex, pero que mientras tanto va probando diferentes cuadernos de sopa de letras, autodefinidos, etc. Soy consciente. Soy Sudoku.

Vale, todo ésto son hipótesis, pero ultimamente me equivoco tan poco con mis especulaciones que me doy hasta miedo.

Y sí, yo dejo voluntariamente que rellene los huecos de mi autodefinido y que rellene otros huecos también, pero no puedo dejar de sentirme mal aún sabiendo que él representa para mí lo mismo que yo represento para él; otro Sudoku, porque no me cabe duda que con él no llegaría ni a la vuelta de la esquina. Y aún siendo consciente de todo esto no puedo quedarme tranquilo, porque me conozco, porque soy capaz de acomodarme hasta que el otro diga "Oye, ahí te quedas, voy a rellenar lo que me quedé a medio escribir con mi ex", lo cual sólo supondría un golpe para mi ego y para mis necesidades afectivas y sexuales que otra vez están fuera de la caja de Pandora, que no es poco...

Alguien me dijo un día que no hay que intentar comprender a la gente, si no que con soportarla ya es suficiente. Y qué razón tenía... Así que me debato con sacarle el tema al chaval éste, en plan buen rollo, o callarme y seguir siendo un Sudoku andante (o supuesto Sudoku, que ya digo que todo son hipótesis), continuar quedando con él, mirarnos las tapas, abrirnos, jugar con los bolis, escribir anécdotas, reirnos, intentar descifrar interrogaciones y borrarnos el cerito.

Complicaciones, coño. Complicaciones.

23 de diciembre de 2009

Un erizo, eso es...


-Escúpeme en la boca -me dijo jadeando.

Y yo le escupí con los ojos muy abiertos intentando comprender el placer que podía obtener con aquello. Y aún sigo sin entenderlo.

El holocausto de soledad de nuestros cuerpos se retorcían en una pequeña cama de 90 rodeada de ropa sucia, unas esposas, condones, algún que otro cómic, lubricante y un aparatito negro que vibraba por la zona del perineo.

-¿Quieres popper? -me preguntó ávido de semen.
-No -le contesté mientras me intentaba concentrar para darle lo que él ansiaba.

Un rato después mi espina dorsal volvía a gritar al estirarse encima de él... Me di cuenta que los pinchos de mi caparazón se habían caído poco a poco, que tenía la espalda libre, con movilidad, incluso se oían los gemidos de mis vértebras al retorcerse de placer, me había dejado llevar desde aquella conversación de cinco horas con bastante sentido del humor en un bareto del centro hasta el colchón de la cama de su habitación. Algo nuevo para mí...

-Estás buenísimo -me dijo, como si a esas alturas me tuviera que convencer de algo o, más bien, como si quisiera un "piropo" a cambio.

Todo acabó (bastante satisfactoriamente, por cierto) con olor a cleanex de lavanda por nuestros cuerpos y respiraciones entrecortadas... Respiraciones que dejaron paso a los mimos, las caricas, los abrazos, los besos cortos, los aplausos del público de nuestro orgullo masculino y las observaciones tipo "estás invitado a casa para cuando quieras", lo cual se agradece, la verdad.

Y hoy noto como mis pinchos crecen de nuevo. Pinchos de erizo en mi espalda. Pinchos para que nadie se acerque porque debo asumir que no sé simplificar las cosas y que las distracciones son meras distracciones, no sustitutivos de nada. Pinchos por fuera para que nadie me toque por dentro, como han vuelto a hacer de una manera mucho más superflua, pero lo han hecho... Porque todo es simple, no hay ni va a haber nada más, lo tengo claro, pero la máquina del pensamiento se pone en marcha, y yo, personalmente, no la controlo demasiado bien. Me juega malas pasadas.

Y sí, lo veo claro, un erizo que, de todas todas, volverá a quitarse su coraza y la dejará a los pies de la cama, junto a los boxer manchados de líquido preseminal y los sueños de algo mejor enroscados a los calcetines sucios.



18 de diciembre de 2009

Polvo de hadas.


Ella era de cristal y terminó rompiéndose. Era tan etérea que acabó diluyéndose en el sinsentido de la vida y mimetizó su sonrisa con las olas del mar.

Ella volaba bajito, a ras de suelo, como los colibrís, volaba en el límite de lo blanco y lo negro, de lo real y lo irreal, del cielo y del infierno…

Porque si las sonrisas fueran habitables, yo habría querido quedarme en la suya para siempre. Colgado de sus labios y haciendo equilibrios en la cuerda que une sus dos comisuras me quedé, por eso tendría que haberla mantenido estirada por mucho tiempo, para no caerme, yo mismo se lo pedí, sonriendo como sólo ella sabía, como una estrella de cine de los años 50…, como lo que era, un estrella parpadeante. A veces con más luz, otras con menos.

Ella vuela alto ahora, con su varita de hada en nuestras cabezas. Estoy seguro que hará todo lo posible por conceder los deseos que queremos. La oigo revolotear, es ella, entre las páginas de “Cien años de soledad” que tengo encima de mi mesa y que me dejó hace un tiempo, entre todos mis recuerdos donde ella es la protagonista y siempre lo será… Mi pequeña Amelié.

Te quiero y siempre te querré.

))><(( Forever.

1 de diciembre de 2009

Magia.


Ultimamente pienso mucho en la magia, sin embargo no es algo de lo que pueda hablar o escribir de manera clara y como a mí me gustaría, porque la magia no se define..., la magia se vive.

Es cierto que se puede crear magia con los amigos en un determinado momento (lo suelo hacer muy a menudo, es sanísimo), pero yo más bien lo llamaría complicidad... La magia tiene una connotación diferente, como más íntima.

Es difícil cruzarse con alguien que sepa hacer magia. Yo sólo lo he hecho una vez y ultimamente me acuerdo mucho de eso..., no de la persona, no hay que confundir, sino de la magia creada. De esos momentos dónde hasta lo más inverosímil cobra sentido para ti y para esa persona..., única y exclusivamente.

La gente no sabe crear más allá de paraísos terrenales, no pueden, no logran (ni siquiera intentan) inventar realidades que sólo existen en un mundo surreal e irreal compartido entre dos. Y de verdad que no es prepotencia, pero miro a mi alrededor y no veo parejas creando magia, sino puras máquinas de alimentar la soledades para rellenar huecos en el estómago y en el alma. Algo carente de brillo, más bien opaco, y con olor a "fecha de caducidad"... Ojo, ¡que hasta yo he vivido eso!

¿Han caducado el amor y la magia? Supongo que no, que el olor es de otra cosa que no quiero identificar, así que mejor me pongo una mascarilla, unas gafas de sol y salgo a la calle cual Michael Jackson, sin pararme a pensar en nada. Después de un rato, llego a casa y guardo lentamente la tienda de campaña de los sueños para, quizá, otro momento... Acampo en mi cama, bajo la manta, doblo las rodillas y espero pacientemente con la mano entreabierta para echarle a la vida un dado de caldo "Maggi(a)".