Recuerdo que de pequeño me quedaba embobado viendo a mi tío Julián tocar el piano que tenía en el comedor de su casa. Sin embargo, no eran las notas musicales lo que me hipnotizaba y me dejaba con cara de idiota, sino el sonido que hacían sus uñas puntiagudas al tocar las teclas. Era como si decenas de cuervos se pusieran a picar en el suelo a la misma vez. Un sonido seco que creaba su propia música al margen de la de verdad... Algo así como música fúnebre.
Ayer el sonido de un semáforo me pareció el de un aparato de esos que se conecta a un medio moribundo para saber si vive o muere, si cruza la línea hacia quién sabe qué. Y me ha dado por pensar que es porque la ciudad está a punto de morir, por eso suena así. Y todo el mundo pasa de largo sin hacerle el boca a boca, sin ni siquiera darse cuenta del agonizante estado de lo que nos rodea... Algo así como música en decadencia.
Hoy he escuchado como sus expectativas crujían junto a sus brackets, y me he quedado con cara de tonto, como si escuchara a mi tío Julián tocar desde el ultramundo. Y es que muy a menudo las expectativas rechinan, como si comieras gravilla a dos carrillos. Y a él le resulta extraño mi silencio, mi cautela, mi reserva, pero la vida me ha enseñado que lo que rápido empieza, rápido acaba... Algo así como la música sin sonido.
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