11 de septiembre de 2011

El rechinar de los engranajes.


Son los sueños y los deseos lo que vamos buscando como un perro que va detrás de la pelota que le tira su amo bien lejos. Queremos morderlos y que no se nos escapen. Son las fauces de la necesidad humana las que aprietan fuerte hasta hacer sangre a quien se ponga por delante.

A él le rechinan los dientes por la noche y, la verdad, me importa una santa mierda..., mientras que no le rechinen mientras me come la polla no tengo problema.

Últimamente tengo miedo porque estoy haciendo del hecho de relativizar las cosas un arte supremo y, quizá, algún día caeré en que nada me importe de verdad. Es algo así como narcotizarse, como fumarse el porro de la indiferencia sentimental. Lo malo que tiene todo es que, al final, acabas convirtiéndote en un yonki de lo tibio. Nada quema, pero tampoco está frío, así que todo termina dando igual.

Y no quiero convertirme en una carnicería de Beirut donde guardan el cerdo en una habitación separada del resto y cerrada a cal y canto. Es decir, no quiero hacer lo mismo con mis sentimientos, no quiero ponerles un candado y tragarme la llave para que nadie pueda abrir la puerta y luego, algún día de algún año, tener que cagarla, que seguro que duele y no me apetece.

Me rechina la cabeza y no puedo hacer que pare.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

"... mientras que no le rechinen mientras me come la polla no tengo problema."

Me gusta cuando escribes de esta manera.

Oskar dijo...

Acabo de descubrir este blog tuyo. Me gusta.
Eres un poeta...

Toshiaki dijo...

Loco, ya sabes, a veces soy demasiado descriptivo!, pero me alegro que te guste!

Bienvenido, Oskar! Gracias por lo de poeta, pero creo que me viene un poco grande! :) Gracias y bienvenido.