2 de julio de 2017

Demasiadas telarañas.



Hoy he ido a tender a la terraza y no he podido evitar acercarme a los pantalones de deporte del vecino de abajo para olerlos de cerca. Inmediatamente he caído en la cuenta de que si estaban colgados y sujetos por dos pinzas era porque estaban recién lavados. Efectivamente. No olían más que a una limpieza neutra y sin sentimientos. Al contrario que mi morbo, que huele a escroto sudado.

Mi vecino de abajo está casado con una argentina que lo primero que me dijo nada más llegar al edificio fue que no tendiera en sus cuerdas, que le tocaba las pelotas subir y no tener espacio. Cara de hija de puta y alma de hija de puta, eso es lo que tiene. Todo lo contrario que su marido, que es amable y sonriente hasta doler, con o sin pantalones. Seguro que su mujer cree que fantaseo con él y, lo que es peor, seguro que cree que la chupo mejor que ella, lo cual probablemente sea cierto.

No he logrado integrarme del todo en el grupo de gays con el que he quedado un par de veces, una para hacer una ruta montañera y otra para tomar una cerveza. Quizá han sido pocas ocasiones... La verdad que no sé a partir de cuántas empiezo a tener confianza con la gente y a abrirme y mostrarme tal cual soy. Por ahora creo que soy "el sosito que pasa inadvertido y que va a publicar un libro" o algo así. Hay gente maja y gente que nominaría, pero en todos los grupos pasa eso. Hay gente que son los pilares de la casa, y otros que son solo el picaporte o el jarrón de la mesita de la entrada. Yo soy el armarito del sótano que espera su turno para ser desenpolvado y abierto.

Demasiadas telarañas.

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