5 de julio de 2008

Escocerá, lo sé.


El martes que viene acabo en mi trabajo y, estoy casi seguro, que un día de estos también acabaré con la relación que mantengo desde hace 6 años. Y no, no voy a lloriquear por aquí diciendo lo desgraciado que soy y lo mal que me trata la vida, porque no me siento así..., porque no soy así.

Tengo un problema, y es que cuando estoy enfadado no me afecta casi nada, ni la tristeza, ni la pena, ni nada de nada. Es justo cuando el cabreo se esfuma cuando todo viene de golpe y, entonces, empiezo a pasarlo mal. Es como cuando alguien corre un maratón y al día siguiente aparecen las agujetas en forma de dolor.

Ahora mismo estoy enfadado, y creo que me está durando demasiado. Por eso no puedo sentir ni calibrar el dolor futuro que seguro que vendrá a visitarme... No es bueno pero no puedo evitarlo.

Ojala todo fuese más fácil. Ojala todo estuviese rodeado de silencios, como en una película de Kim Ki-Duk donde la vida transcurre entre soplo y soplo del aire calmo que sale por la boca cuando exhalamos. Algo así.

Y en el último plano de la película alguien dice una única palabra que te salva, esa que te agarra con sus letras y te eleva, la que con su entonación te limpia la negatividad de dentro de los oídos, la que con su significado insufla sangre a tu corazón seco como una pasa, la que te rellena el estómago de inmediato y da de comer a las mariposas de nuevo, esa que impide que te duermas para siempre en un silencio puntiagudo e incómodo.

Esa.



2 comentarios:

Emilio Ruiz Mateo dijo...

Me gusta esa imagen de la sangre entrando en el corazón seco... Bienvenido a esta época de cambios y nuevas vidas, toshi.

Música dijo...

el peor sentimiento: el no sentido